La mañana en el sur del Huila no empieza cuando aparece el sol, sino cuando se escucha el primer golpe del grano rojo cayendo en un canasto plástico. Ese sonido seco, constante y reconocible, es el que realmente anuncia que el día comenzó. Mientras la neblina se levanta entre las montañas, los caficultores avanzan por los surcos revisando las ramas.
En la finca Bellavista Boscafé, en las afueras de Pitalito, don Javier Sanjuan, caficultor desde hace 49 años, sostiene un grano rojo entre los dedos y dice con calma:
“El café lo llevo en mi sangre desde muy niño, desde que mis padres me enseñaron a recolectar los primeros granos de café”.
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Ese gesto sencillo, repetido por miles de campesinos en Acevedo, Palestina, Pitalito Garzón, Gigante y La Plata, resume lo que este cultivo significa para el departamento: identidad, trabajo y prosperidad.
Pero la historia del café en el Huila empezó mucho antes de que estas veredas se llenaran de pequeñas fincas familiares. Según registros de la Federación Nacional de Cafeteros, en 1862 se sembraron los primeros cafetos en la antigua provincia de Neiva. Eran pocas plantas, traídas por colonos que buscaban un cultivo con posibilidades y que terminaron encontrando una vocación que transformaría la región por completo.

Una historia que creció como los cafetales
Con el paso de los años, el café dejó de ser un experimento y comenzó a ocupar el campo huilense. El clima templado, la altitud entre 1.200 y 1.900 metros, la sombra de los guamos y la riqueza de los suelos volcánicos hicieron lo suyo.
A comienzos del siglo XX, ya había fincas completas dedicadas al café y familias que vivían exclusivamente de él. Era un cultivo sembrado a mano, en pendientes difíciles, mezclado con plátano y frutas, y regado con la esperanza silenciosa del campesino. La caficultura opita nació pequeña, dispersa, familiar. Y esa estructura más social que empresarial la acompañaría durante más de cien años.
Entre 1930 y 1980, el café se expandió de forma acelerada. De los 37 municipios, 35 terminaron cultivando café. Y no se trataba solo de sembrar: era construir caminos, abrir trochas, levantar casas de bahareque que sobrevivieran a las lluvias. De aquella época todavía quedan historias que se repiten en las cocinas de las veredas.
En una de ellas, en Acevedo, doña Lourdes Yucumá recuerda:
“Cuando mi papá empezó, teníamos cinco surcos. Hoy tenemos 8 hectáreas. El café nos dio estudio, comida, techo. Por eso uno le coge cariño… como si fuera otro hijo.”
Así, mientras el país vivía cambios políticos y económicos, el Huila fue consolidando su identidad alrededor del grano.

Cuando el Huila dejó de ser promesa y se volvió potencia
La verdadera transformación llegó a finales del siglo XX. Las crisis internacionales del café obligaron a muchas regiones a buscar salidas, pero el Huila tomó una decisión distinta: apostarle a la calidad. Fue entonces cuando los agricultores comenzaron a experimentar con fermentaciones controladas, secados lentos, microlotes diferenciados y una recolección más estricta del grano maduro.
Ese proceso, sumado al trabajo técnico de cooperativas y comités municipales, abrió paso a una nueva era. En el sur del departamento, especialmente en Pitalito y Acevedo, los cafés comenzaron a ganar premios, a destacarse en análisis sensoriales y a convertirse en la obsesión de tostadores internacionales.
Este avance fue reconocido oficialmente en 2013, cuando la región obtuvo la Denominación de Origen Café del Huila, un sello que certifica sus atributos: dulzor pronunciado, acidez media-alta, cuerpo balanceado, aromas frutales y acaramelados.Todo esto gracias a condiciones únicas del territorio, pero también al esfuerzo de 84.000 familias cafeteras que trabajan alrededor de 145.000 hectáreas sembradas.

Una economía que se sostiene en manos campesinas
Hoy el Huila produce alrededor del 20 % del café de Colombia, consolidándose como el primer productor del país. Esta cifra representa mucho más que volumen: significa empleo, desarrollo rural y dinamismo económico. Se calcula que el café aporta: casi 50 % del PIB agrícola del departamento, cerca del 8 % del PIB total, más de 100.000 empleos directos en recolección, beneficio, transporte y comercialización.
En el corregimiento de Bruselas, en Pitalito, el joven cafetero Juan Sebastián Buitrago, parte de una nueva generación que apuesta por los cafés especiales, lo resume con naturalidad:
“Aquí el café no es solo trabajo. Es lo que nos mantiene en la tierra. Es lo que hace que yo no quiera irme a la ciudad.”
La caficultura ha permitido que los jóvenes encuentren oportunidades en tostadurías, laboratorios de catación, turismo rural y emprendimientos asociados. Además, ha impulsado el liderazgo de mujeres cafeteras y promovido la organización a través de cooperativas y asociaciones que ofrecen acceso a crédito, capacitación y mejores precios de venta.

Mirar hacia adelante
A pesar de sus logros, la caficultura huilense enfrenta desafíos. El cambio climático afecta la floración y el rendimiento; los costos de los fertilizantes siguen en aumento; y la población cafetera envejece. Sin embargo, la región ha demostrado una capacidad notable para adaptarse: desde el fortalecimiento del café especial hasta la diversificación productiva y la implementación de prácticas sostenibles.
En una finca de Garzón, don Carlos Herrera, que ya supera los 70 años, lo expresa con serenidad:
“Cada cosecha trae sus sustos, pero uno sigue. Porque el café siempre responde. A veces no como uno quiere, pero responde.”
Esa frase podría resumir la historia del café en el Huila: un trabajo constante, lleno de retos y aprendizajes, sostenido por la convicción de que este grano sigue siendo la principal oportunidad para miles de familias.

El café como marca cultural
Quien recorra el Huila descubre pronto que el café también está presente en el paisaje y en la cultura. Las montañas, cubiertas de verde, parecen escenarios dibujados por el cultivo, mientras las fiestas y ferias —como FICCA, ExpoCafé Pitalito o los concursos de taza— fortalecen la identidad regional y promueven la calidad del grano.
Ese mismo café que transforma el paisaje se convierte también en un relato colectivo. Se expresa en las historias de vida de los agricultores, en su relación diaria con la tierra y en el orgullo que sienten al ver su producto reconocido en mercados internacionales. No es casual que el café huilense se exporte a Estados Unidos, Europa y Asia, ni que los baristas lo consideren uno de los orígenes más consistentes del mundo.
Por eso, cuando se habla del café colombiano en escenarios internacionales, el Huila aparece como una referencia obligatoria. Y no solo por sus cifras, que lo consolidan como el principal productor del país, sino por la capacidad que ha tenido para unir tradición, conocimiento técnico y el esfuerzo constante de miles de manos campesinas.
Para los huilenses, el café no es solo un cultivo: es una estructura que organiza la vida rural, impulsa la economía, fortalece la cultura y proyecta a la región hacia nuevos mercados. Es el vínculo entre abuelos, padres, hijos y nietos. Es el paisaje que define al departamento. Por eso, quien venga al Huila y se tome un café no solo probará una bebida: probará una historia que sabe a trabajo, a tierra y, sobre todo, a gloria. Es la razón por la que el Huila se reconoce y es reconocido como el corazón cafetero de Colombia.
